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Desde mi infierno

Deja siempre para mañana lo que puedas escribir hoy.

Deja siempre para mañana lo que puedas escribir hoy.

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Para mañana

Hoy, con todo mi tiempo a cuestas, pienso

en ese instante en el que no pesaban

las palabras que antaño definían

este proyecto de hombre humilde y solo;

en la época en que estaba liberado

del yugo de mi mesa, del papel

en blanco y de este lápiz que alumbraba,

muy tenue, con la luz en que consisto.

 

Mañana, cuando el brillo se disipe,

cuando me piense allende adentro, triste

derramaré palabras en suspiros

que entre versos recojo asiduamente

para atisbar qué forma tiene el tiempo

y así poder contar en un poema

esto que ahora soy y que estoy sintiendo.

 

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Mi ventana, símbolo clarísimo de la cárcel abierta que me encierra.

Mi ventana, símbolo clarísimo de la cárcel abierta que me encierra.

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Soledad


Soy solo, o soy nostalgia del sonido

de las palabras que disuelven miedos

desalentados, miedos que me invento

y revelo entre versos ignorados.

 

¿Dónde habitan los que hablan mis palabras;

dónde los que mi lengua entienden? ¿Dónde?

 

De allí provienen voces que comprendo,

que en mi memoria acristalada incrusto;

y silencios que atisbo acompasados

sin entender siquiera lo que siento.

 

De allí, la luz que -absorto- me hace ver

que escribo lo que el tiempo me concede:

la certidumbre -irremediablemente:

la verdad- de que soy mi soledad.

 

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Y es contar, y contar, y contar...

Y es contar, y contar, y contar...

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La noche oculta

Inventar soledades,

sé que hacer poesía

es crear soledades

-refugios- con tu voz;

encantos que no existen

y que tan obstinado

buscas -no obstante- en vano;

inventar el espacio

y urdir en él, con hilos

del tiempo que rebrota

en arroyos llovidos

por nubes de pañuelos

blancos, tu propio abrigo;

sé que hacer poesía

no es más que darle forma

-otra forma- a la lágrima

que humildemente intenta,

por fuera, definirte;

moldear con tus manos

el llanto que tu acento

encierra y que, en palabras,

al miedo abierto viertes.

 

Y es contar;

                     y contar

que ocultas tanta noche

tras este matorral

de versos por espinas

así, de esta manera.

 

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La soledad del miedo

La soledad del miedo

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Tengo

Tengo una imagen nueva que es un río

transparente y azul, helado y calmo.

 

Tengo el vacío blanco necesario

para saber del miedo, aquel translúcido,

el que no ves y sientes siempre adentro.

 

Tengo el tiempo gastado, encadenado

y echando sus raíces en mis manos

de estatua antigua de granito muerto.

 

Tengo el miedo del tiempo siempre adentro,

el miedo del pasado y del futuro,

de un calmo y frío azul granito muerto.

 

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Desierto en un desierto es mi desierto.

Desierto en un desierto es mi desierto.

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Mis aguas rojas

 


"Tú que buscas el agua que corre transparente

no has de beber mis aguas rojas."

José Hierro

Me fue imposible en esa estancia, herida

por viejos libros que hablan, no ser verso,

no ser estrofa triste cuando tanto

pesar sentí por la palabra nunca.

Me fue imposible huir de tan inmensa

cárcel abierta edificada en mí.

Allí sí hallé refugio en mis nostalgias

y fuentes de aguas claras que beber.

Pero ahora, no existen ni porqués

ni cuándos; sólo un cúmulo de anhelos

amparado en mis aguas rojas; tierna

tormenta de adjetivos que encadena

deteniendo a mis manos en el tiempo,

otoñándose en lasos versos blancos

y espirados por fieles vientos vanos.

 

Cada vez que mi voz se vuelve azul

y escindo en llantos que en mis aguas rojas

vierto, consciente del empeño inútil

en que consiste disidir del sueño

que me abriga y me breza entre sus brazos,

recuerdo aquel lugar de pesadumbre

y me sumo a su mágica belleza.

No obstante, intento huir y no ser verso

sino ser parte de perdidas pausas

tornándome en cesuras; de silencios

que encabalguen estrofas con estrofas;

de la página en blanco que separa

esto que siento y que no soy -poeta-;

y ser parte del tiempo y su sustancia

para poder vaciar de mí dolientes

palabras en los versos del poema

inmerso en la persona que me encierra.

 

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Efímeras palabras...

Efímeras palabras...

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Las mías sin aroma

"Tú que hueles la flor de la bella palabra

acaso no comprendas las mías sin aroma."

José Hierro

 

No son palabras sino arenas secas

del desierto de tiempo en que consisto,

agua alegre que pudre la clepsidra

triste de la esperanza que no tengo

y aire negro que envuelve lo que soy,

sólo voz -mi sentido más oculto-,

la que clama rogando una verdad

que sostenga a la imagen que presiento.

 

No son palabras sino espinas secas

lindando la sutil orilla azul

de un poema; frontera que separa

jirones de gemidos -mis silencios

y gritos más profundos- que derramo

en papeles mojados con tristeza.

 

No son palabras sino puertas que abren

estancias hacia dentro de sí mismas

descubriendo la luz que de mí escapa;

y canceles que encierran, entre herrajes

forjados con mi tiempo en esta fragua

que lentamente enciendo en mi conciencia,

humildes pensamientos ya gastados

por mi mano apagada y disidente.

 

No son palabras sino rosas muertas,

rosas que ya no huelen. Pero rosas.

 

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Tantas cosas fueron mis manos...

Tantas cosas fueron mis manos...

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Campos de batallas

Fueron: el mar de angustia que abrigaba

en la piel de sus cunas estos pecios

vestidos de palabra, meros náufragos

flotando en un papel en blanco y negro

(desolación cuando la noche ardía

con fanales de barcos derrotados);

arenas derramadas, yermos páramos

sembrados de poemas ya vencidos,

de armaduras que el cuervo no comprende

(desolación cuando la niebla añil

tañía con mi grito mis silencios);

timón de mi derrota al navegarte

-con temporal en popa- mar adentro

(desolación cuando te vas sin beso).

 

Mis manos fueron campos de batallas

manchadas con mi verbo azul vencido.

 

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El deseo de ir a de donde vengo...

El deseo de ir a de donde vengo...

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Al oeste del este del edén

Igual que un pecio, vivo en mi tristeza

inventada,  encallado en la agonía

del abrazo profundo que me hundió.

Recorro lentamente cada llaga

abierta que en las aguas me sumieron

y las reparo con mis torpes versos.

Con ser pecio me basto, aun varado

en la arena que soy. Serán mis manos

el viento que me empuje y me derive

sorteando arrecifes que resguardan

mis silencios, brindándome metáforas

para una nueva huida escrita -amarga

como las amapolas- desde un mar

de palabras de nadie, inhabitado,

que ocupa, por completo, a quien no soy.

 

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Espinas como poemas o poemas como espinas.

Espinas como poemas o poemas como espinas.

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Espina

Que en soledad -me dices- es cuando el tiempo fluye

y se esparce más lento; que crecen las cenizas

borrando toda huella que guía al pie inseguro;

que así es fácil vivir dejando derramar

de tus manos la arena del tiempo que ha sobrado

al desierto sembrado de trágicos momentos,

de mágicos poemas; que en soledad navegan

desamparadamente en su inútil balandra

versos a la deriva llovidos por los llantos

ocultos en tormentas de lágrimas futuras.

 

Pero yo, en soledad, intento comprender

lo sutil de un suspiro, la verdad de mi aliento

(la esencia de mi llanto). Pretendo recoger

el tiempo acristalado en mis manos tendidas

que no poseen nada, tan sólo cicatrices

de heridas que dejaron espinas de otro tiempo.

La soledad me embarga con su olor a tristeza,

el mismo aroma azul que emana de una rosa

marchita y derramada en el inmenso mar

de enhiestas amapolas; y me enseña quién soy.

 

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Derrota...

Derrota...

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Poema en mí menor sostenido

Yo soy un pecio en arenas de esperas, de estancias borradas, bañadas por mares y nieblas de azúcares agrios y sólo por mí habitadas.

Yo soy un pecio llovido por llantos que le hablan de cielos y vientos solanos, llovido por frases sin verbos, por versos sin para, por lluvias de oscuras estrellas en noches muy claras.

Yo soy un pecio que tiene en sus cartas grabadas las cruces que avisan de un cofre pensado carente de herrajes que guarda en su adentro a un hombre que fui -la persona que soy- y no sé si, tal vez, al que forje el mañana.

Yo soy un pecio gastado, impasible al terrible pasar de mi tiempo, de un tiempo que atrasa.

Yo soy un pecio que tiene en cubierta clavado un fanal, que se alumbra a sí mismo y descubre el lugar asolado por donde se asoman verdades perdidas, mojadas por el manantial que con tinta de mar va angostando con miedos montañas soñadas.

Yo soy el pecio trazado en un mapa que no hay, en un mapa invisible, ataúd que deriva en mi mar imposible, botella encorchada con trapos de angustias deseando que un náufrago encuentre la forma de abrirla y, cual genio de cuentos -de cuentos sin hadas-, salir a llenarme de mar y poder escapar de la nada.

 

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Siempre la mar...

Siempre la mar...

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La mar como pretexto

Y encontraré en el mar lo que me falta.

 Carlos Edmundo de Ory

Para saber quién soy, vuelvo a ti, mar,

al rumor de tus olas que apacigua

el conticinio del que tanto temo

su silencio sutil y disidente.

 

Para saber quién soy, a ti regreso

buscando en tu agua lágrimas remotas

del hombre que en mí habita y desconozco,

cuyo llanto me turba y no comprendo.

 

Y es que tú, mar, con tu vaivén sonoro

y acompasado, brindas con tu música

el sustento que le hace florecer

 

como una rosa en medio del invierno

triste que soy; y me ayuda, con palabras,

a vestir con mi voz su llanto humilde.

 

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En la seguridad de las cadenas...

En la seguridad de las cadenas...

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El mito de la caverna

Bebí de aquellas sombras prodigiosas

con talante de astroso sin talento.

Edifiqué verdades con mi aliento

y cavé con mis manos temblorosas,

en mi suelo inventado, tantas fosas

como sombras pensó mi pensamiento.

 

Derramé en mi pared el fundamento

de lo que vive y da vida a las cosas.

 

Bebiendo de este mar que se proyecta

en el muro de libros que ya he visto,

me encuentro una verdad de edad que afecta

tanto a mí como al hombre en que consisto;

una verdad prosaica, sucia. Abyecta.

 

Ni sabiéndome sombra sé que existo.

 

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Es mía mi agonía.

Es mía mi agonía.

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Crucifixión

Porque en la diestra que te escribe ahora

me has clavado tu clavo -el que en la fragua

a golpe de cincel y de conciencia

para mí moldeaste con mis versos-,

desnudo me presento con dos nuevos:

el uno para mi otra mano; el otro

para mis pies, que la lanzada azul

en mi costado ya me la doy yo.

 

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Mundos paralelos

Mundos paralelos

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Mi mantel

Tengo el mantel tan lleno de palabras

que las manchadas por el cerco añil

del vino es ya un poema. "...amor, seroja,

lágrima, soledad..."

 

El paso de mi vida es mi mantel;

y un amigo; y clepsidra; y mi sudario.

 

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Me derramé de tu mano, como agua que soy...

Me derramé de tu mano, como agua que soy...

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De la mano de Némesis

"Tabla votiva ofrezco a su memoria,

¡triste! que indigno soy de toda gloria."

Rodrigo Caro


No comprendía, de pequeño, cómo,

simplemente excavando, con sus calles

y sus casas podía un pueblo antiguo

surgir del suelo, así, sin más, sacando

arena en cada pala; hasta que supe

que no era tierra sino tiempo muerto

lo que con tiempo a cubos se sacaba.

 

Forma de estatuas damos siempre al tiempo,

piedras de arte que sirven de veneros

y camino a través de lo que fuimos.

 

Llorar sonrisas, darle forma al agua,

perderme en mí por culpa de una rosa,

en papeles -o pétalos: efímeros-

son estatuas de mero barro tierno

expuestas a la lluvia en que consisto

que se pierden igual que yo me pierdo

en hojas, en palabras, en silencios.

 

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Cubierto con mi manto de tormenta

Cubierto con mi manto de tormenta

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Un hombre y un poema

Quita lo escrito, aleja las palabras

que la voz de mis manos derrotaron

y a este papel trajeron; y mis pasos,

mis pasos resonando en las estancias

vacías que dejé entre las estrofas

del silencio. Disuelve los cimientos

que sustenta mi propio acento gris.

 

Y verás que tan sólo queda un hombre

sosteniendo, como agua, entre sus dedos

este poema azul que aún no sabe

-pero que ya comprende- componerlo.

 

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Mis manos que no ocultan nada

Mis manos que no ocultan nada

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Coda

 

Para ti no tendré secreto alguno.

Canto con lo que tengo: azul mi voz,

acento de ceniza y son antiguo.

Desde este mar anciano escribo lleno

de edad que da licencia a mi mirada,

siempre cautiva al suelo que no veo,

para ser enturbiada con las lágrimas

que no me quedan, voluntariamente,

sin yo quererlo, y que de tanto tiempo

como llevo perdido abajo, siempre

viendo los pies que me andan, miro adentro.

Allí sí veo el tiempo regresado

que aquí te traigo envuelto en la tristeza

de papeles vacíos de palabras,

de los verbos que soy; tiempo invertido

del que extraigo sosiego y calma trémula.

Tan sólo un adjetivo no encontrado

(mi perpetua condena) me define

y que obstinado busco en mí; perdido

en un mar de metáforas indago

y todo es para nada. Todo arena

que cae de entre mis manos. Lento me hundo

sin remedio en el miedo que me abriga,

en la certeza rota por las voces

con las que cubro y tapo incertidumbres.

Sólo queda mi aliento usado, aquí,

enredado en los versos que te entrego

por si sirvieran de algo. Mientras, sigo

buscando, mareando. Tan perdido.

 

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Símbolo clarísimo de la cárcel abierta que me encierra.

Símbolo clarísimo de la cárcel abierta que me encierra.

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Agorafobia

"Mi alma es la ventana donde muero."

Juan Eduardo Cirlot.


Es la ventana, mi alma donde muero

con pasión galilea. Mi alma menos

mi humilde estancia abierta por mis libros

y para mí tan ataúd oscuro

en donde yago en soledad suicida.

 

Debo de estar tan cerca cuando escribo

del mar y la mujer andando, sola,

que pienso y muerdo el polvo, arrepentido

de haber salido fuera del poema

que te entrego, en la lengua que no es mía,

tan conocido, tan sencillo y jondo,

unas simples palabras que me ocultan,

muro de incertidumbre que me abriga

y no es más que por eso porque escribo.

 

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Y hubo luz. Tarde, pero hubo.

Y hubo luz. Tarde, pero hubo.

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 La luz

La que todas las cosas me hace ver

(aunque a veces me ciega), fulgurante

siempre, esa luz no digo. Me refiero

a la que alumbra en la palabra,

la que se halla encendida dentro de ella,

la que anuncia tan suave que he seguido

el camino que lleva a lo que soy;

la luz medida, gálibo de mí.

Luz de luz que ilumina mis insomnios

tremendos y transforma en esta arena

que esparzo en mí las horas más oscuras.

Siempre callada, siempre oculta, salta

en mi mente, cual chispa, en soledad.

Esta luz es culpable de que gaste folios

de agua, papeles para nada, mudos

e ignorados -¿me alumbra sólo a mí?-.

Prende mis versos con mi propio acento

en balde. Pero no me quejo, no.

Sin ella, la lucerna en que consisto,

este fanal que me define, yo,

-que no soy más que lo que escribo aquí-

sería aún más nada. Y no tendría

nada ningún sentido. O casi nada.

A ella me aferro con las pocas fuerzas

que un suspiro me da y, de forma tenue,

me permite decir lo que no digo.

Existe, sé que existe, allí en mi voz,

vestida de palabra; aquí, conmigo.

Sólo por eso aquí me escribo. Solo.

 

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Del árbol de la ciencia del bien y del mal.

Del árbol de la ciencia del bien y del mal.

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 Manzanas rojas

Dame tú la agonía de la espera,

gota a gota, palabra tras palabra,

que yo pondré mi tiempo rezumado

en desorden perfecto, atado al péndulo

que asevera el regreso de lo sido

en mí, al de mi huida a sueños

que sirvan de refugio a mi letargo.

 

Dame tú la agonía del destiempo;

de estar desubicado al confundir

la palabra que busco tan despacio;

de perderme entre luces que me obligan

a mantener los párpados cerrados

-por eso es que mi voz es como arena

que cae por mis labios agrietados-.

 

Dame tú la agonía con palabras

que duermen en la larga espera elástica

y déjame inventar pasiones trémulas

cuando hagamos amor después de habernos

comido una manzana juntos.

                                              Roja.

 

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