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Desde mi infierno

Irrealismo II

De la palabra no irredenta

De la palabra no irredenta

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Olvidando lo oscuro

 

 

La soledad, no el sueño, es el retrato

más vivo de la muerte.

 

Rafael Montesinos

 

No es hermoso escribir este poema,

ahora que el olvido va encendiendo

lo oscuro, sin saber que al escribir

se es consciente del tiempo que ha pasado

por uno mismo; de uno mismo en sí.

 

Yo seguiré escribiendo iguales cosas

que nadie entienda a ser sentidas dentro:

del precio que tenemos que pagar

por saber que tenemos que pagar

ese precio; de amparos en palabras

surgidas de la angustia de un sin fin

de fines que ya llegan; de esperanzas

como aguas que se secan en mis manos

-me temo- por mi propio aliento gélido;

de certidumbre y desamparo inútil;

de la verdad que no he vivido aún…

 

Y no puedo escribir sobre las cosas

que sí he sentido, donde sí hay respuesta

a tanto llanto escrito para nada,

de una vida gastada y sin historia,

con un final que ya me está asumiendo.

 

No es hermoso escribir este poema.

 

No me pidas que te hable de la muerte,

mi vida.

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Perdido en mí por culpa de una rosa

Perdido en mí por culpa de una rosa

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El poema buscado

  

Hay un poema que me esconde dentro,

un proyecto de tiempo acompasado,

una parte de mí que aún no encuentro.

Hay un poema del que me sostengo

y me aferra al papel oscuramente,

una parte de mí que aún no siento.

Un poema que vuelve a lo vivido,

que quiebra con mi tiempo mi silencio,

soportado en palabras encendidas

que pretenden prender perpetuos páramos

para dejar constancia de lo humano

y lo poético; un poema amargo

como el tiempo que, gris, se va gastando;

que vive entre mis miedos olvidados

-donde hallo mi sustento-, y que lo soy.

   

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Las palabras pactadas

Las palabras pactadas

 

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Mis monedas de sangre

 

Me parece mentira tanta arena

derramada en palabras mal escritas,

tanto tiempo acabado, tanto amor

deshabitado que he portado tristemente

cuesta arriba de mí sintiendo tanto

desaliento pueril y desamparo.

No parece que sea cierto tanta desidia

alumbrando las manos que sostienen

el duelo de unos ojos mudos viendo

silencios rebrotando de mi boca,

tanto llanto agotado; tanta nada.

Ya no me están iluminando luces

de bohemia, alegría de mis aguas oscuras

mojando páginas no escritas nunca.

Tanta mentira, tanto engaño propio…

No parecen que sean de verdad

tantos poemas tan antiguos llenos

de despojos, retales de mí mismo;

tanta lágrima seca entre las grietas

de mi rostro de estatua muerta, usando

mi soledad –la más antigua y dura

de todas mis defensas- para darme

como adepto y poder pagar así

nuestro precio pactado, lo debido,

mis monedas de sangre, tanta muerte.

  

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El verdadero muro de mis lamentaciones

El verdadero muro de mis lamentaciones

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Sordomundo

 

Hacia qué paramera

me encamino,

qué rosas del desierto

en mí cultivo,

qué aguas oscuras vierto,

qué aires tiño,

qué silencios pronuncio

en lo que digo.

 

Qué palabras gobiernan lo que soy,

qué tiempo agotas cuando estás conmigo,

qué música es la que oigo displicente,

qué indiferencia nace en todo olvido.

 

Qué luz ya sin aliento en mí se apaga.

 

Qué sordo el mundo ante mis propios gritos.

  

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Un prado salpicado de amapolas

Un prado salpicado de amapolas

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Perdido en la palabra libro

 

Tiene libros como hombres en vitrinas,

paraísos oscuros donde intenta

encontrarse encontrándome, escribiéndose

las mismas cosas que ellos se escribieron.

 

Solo en la soledad de un libro abierto

trenza los hilos que unen la tristeza

con el papel usando poesía.

 

Se registra en palabras que aprendió

a leer, superados los cristales

del silencio, al quitarse sucios años

de encima con sus libros entendidos;

años de pesadumbre, miserables.

 

Y ahora, se refugia en esos libros

de agua, mojados, para nada y nadie,

 

cuando no sabe que anda en mí perdido.

 

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Como en todos los versos anteriores

Como en todos los versos anteriores

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Presagio

 

Buscas una respuesta escrita en todas

las soledades brunas, letras sucias

de barros de dolor en duelos áridos

que atoran con palabras todo cauce

que antaño el pensamiento cavó desalentado

impidiendo que viertas la criatura

que brota de tu mente en el poema

en el que escindes, el que sigues siendo

ahora.

             Todo tú lo poesías

oscureciendo lo que sientes dentro

de tu propia tristeza, la que sigues

dando cuando me das  la soledad

que tanto me sustenta escrita aquí,

la que me hace que forme parte de ella,

en la que vivo y soy cuando se para

el tiempo que ha pasado y ya no existe;

cada verso que escribes.

                                             Todo tú

lo poesías de simientes yermas

que han tornado a cipreses con tu esmero

creándote tu propio cementerio

donde esparcir ceniza al cenotafio

del que no formas parte.

                                          Ahora todo

reverdece de vida iluminada

con la luz que te entrego en versos libres

de oscuridades inventadas, claros

en tu conciencia, para no existir

salvo dentro de ti y de nadie más.

                

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Y yo, que soy inocente

Y yo, que soy inocente

 

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Mentiras

 

Todo es mentira alrededor de mí.

 

Ahora que las sombras me derrotan,

que se han borrado todas mis palabras,

mi mesa, mentirosa como un preso

que se sabe culpable y que proclama

su inocencia, me miente con cenizas;

      

mi lápiz, con palabras para nadie;

   

y los papeles, cómplices de engaño,

con no ser yo el que escribe mis poemas

sino el que está viviéndolos.

                             

                                                  Mentiras.

                               

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Refugiado en mi olvido

Refugiado en mi olvido

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El tiempo de papel

 

Nunca creí que alguna vez pudiera

odiar un libro. Más que me obstiné

en convencerme que era el paso cruel

de mi tiempo –que va apagando fuerzas

propias de juventud-, por más que quise

derramar mis recuerdos como gotas

sobre papeles rotos e inservibles,

por más intentos por estar en paz

con mi muerte, esperándola desnudo

e inmerso en llantos –tal y como vine-,

por más que lo acuné entre las cadencias

que envolví con palabras propias, más

que quise que lo amaran como yo

lo amé sin darme cuenta de que no era

susceptible de ser amado hasta ahora,

un libro donde el tiempo fue hemorragia

de lo que quiero prescindir de mí,

donde aparezco igual que en el espejo

que refleja la imagen luminosa

de aquello que desdeño ser, la parte

de mí en donde no quiero estar, mi miedo

escrito con la tinta que mi tiempo

me otorga; un libro mudo y quieto, en blanco,

lleno de nada y duelos e ilusiones

que ansiaba compartir; un libro muerto

antes de que naciera, que recoge

lo que soy cuando escribo, nuestras nadas

compartidas con nadie; inexistente.

Nunca creí que alguna vez pudiera

odiar un libro usando poesía,

el que me hace sentir abandonado,

lleno de soledades inventadas,

de humos de lo que fui, de lo que soy.

Ahora, arrepentido, sé que nunca

tuve que haberlo escrito, que tenía

que haber dejado al tiempo que pasara

de largo ante el papel que me define

y seguir refugiado aquí, en mi olvido.

                            

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Dentro de ti me busco

Dentro de ti me busco

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Entre los dos castigos

Ahora me dirás de mi abandono,
me hablarás del transcurso de mi miedo
a través de los cauces de mi vida
gastada, y me dirás que en el brevísimo
espacio de un descanso no has podido
entregarme los dos o tres poemas
de flores que a los pies de mi ventana
dejaste, ahora ya marchitos, secos
ramos de versos muertos por el hambre.

Ahora me dirás de infiel, que voy
y vengo a mi silencio y no te aviso,
que no sabes del cuándo de mi vuelta,
ni tan siquiera si la habrá o si no,
que me llevé mi tiempo envuelto en nada
en lugar de mi libro de tristeza;
y eso te asusta, te levanta el miedo
de carecer de manos que te escriban.

Dirás que abandoné la mesa grande
donde solíamos hacer poemas
entre una multitud de libros viejos,
que el folio sigue en blanco y se ha enfriado
la tinta ardiente de la pluma. Ahora
dirás que desperdicio vientos grises
en empujar las velas de la balsa
que con palabras he construido en vez
de utilizarlos para oscurecer
lo que siento y que lloro, lo que escribo.

Y no dirás que sabes la respuesta
a la irrealidad que me define
y en la que ando indagando desde siempre
por su mar, por su arena, por sus vientos
de tinta, donde no hay respuestas a
de dónde son mis versos, dónde estoy
cuando escribo, por qué esta absurda búsqueda
en saudad de tristeza hallando nada,
qué poesía busco, qué palabras.

Dirás y no dirás las cosas de antes
mientras yo te sonrío levemente.  
Son el castigo de sentirte siempre
como te siento y el de no escribir
lo que hacen que te elija a ti de nuevo
ahora que he sufrido ya los dos.

                    
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El último capuzón

El último capuzón

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Alegoría gris

 

 

Todos tenemos un infierno propio

de donde brota la tristeza; un mundo

de papeles quemados en lugar

de brasas encendidos con la brea

de este mar de ceniza gris poema

que mis manos de acróbata sostienen,

donde se hunde mi barco, donde me hundo,

sin remedio, sin nada salvo un lápiz

que me vaya ayudando en toda mi huida;

un lugar imposible donde encuentro

demasiados poemas sobre versos

y demasiados versos de poemas

con forma de árboles o flores secas;

un mundo iluminado por el tiempo,

cuyas sombras son frases que provienen

de unos labios ocultos tras los pliegues

sueltos de una cortina leve de humo

que se sabe que se halla diluyéndose;

donde el único canto es de sirenas,

como el que acabas de leer, el mío;

y al que jamás querría regresar.

                   

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