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Desde mi infierno

Irrealismo III

Esperando que caigan versos de agua

Esperando que caigan versos de agua

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El miedo a veces

              

Es tanto el miedo que le tengo a veces

 a la mesa de mar donde navego;

 a esa silla que sólo sienta insomnios;

al albor del papel vacío y falto

de palabras que no oigo y que me digo,

a las que aquí me escribo; a los poemas

en que me doy, en los que escindo, y soy;

a los ojos cerrados que comprenden

las palabras que no me digo y que oigo;

a la muerte olvidada; a esta niebla

de escribir poesía, a esta forma

distinta de rezarle al dios en que uno

consiste, al dios que a solas todos somos;

a esa raíz que agarra de por vida

en la parcela que mi infierno asigna

a mis manos –que son las que me lloran-

del jazmín cuyas flores son de espinas

esparciendo metáforas del tiempo

disfrazadas de aroma al aire turbio,

contaminado de algo que es creado;

y a mi adentro.

                            Y a todo lo de afuera.

 

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El cielo es el espejo del infierno...

El cielo es el espejo del infierno...

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El peso de mis nubes grises

 

Así no. Mi agua es otra. Mi agua no es

como la lluvia impropia pero intensa

que en primavera reverdece el campo,

que limpia el aire, enciende el cielo oscuro

de azules claros, trae el iris mágico

de la infancia que asoma en mi conciencia;

que alivia el peso de mis nubes grises.

 

No es ésta mi agua. Mi agua nunca cae

si no es de adentro, es niebla rezumada,

y anega la esperanza con tristezas

que mi tiempo derrama en prados yermos;

espesa el aire sujetando al viento;

y, en el infierno, apaga con la noche

todo atisbo de luz; me trae la muerte.

Y alivia el peso de mis nubes grises.

                                      

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Cuando la tarde se vistió de noche

Cuando la tarde se vistió de noche

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Aún en el después

 

“Tu paraíso no era verdadero.

Había árboles prohibidos."

 

Heinrich Heine.

 

Yo fui romántico una vez tan sólo

en la vida; con lluvia -por supuesto- 

y adoquines mojados como espejos 

reflejando la luz de una farola 

y el amarillo amargo de unos ojos 

clavados en el suelo por el peso 

del desamor; en ese corto instante 

en que la tarde va buscando un traje 

de noche que ponerse, fui romántico 

en mi vida una vez tan sólo. Ni antes 

siquiera, siendo nada, me sentí 

romántico. Duró la leve tarde 

veleidosa de un breve libro abierto 

que me hizo comprender que el paraíso 

no es tal si crecen árboles prohibidos. 

 

Después, ya no. Después, sincero en ti 

y en lo que escribo y siento, manteniéndome 

oculto tras el cortinaje espeso  

de la modesta soledad -tan mía- 

inventada que tengo por mi infierno.

                       

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Con o sin poesía, elige tú

Con o sin poesía, elige tú

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Buscando en cuál quedarme

  

Tan fácil es morir estando vivo

que de todas las formas que hay de hacerlo,

hace tiempo, elegí la poesía.

              

Así, ando recorriendo soledades

llevado por mis versos

buscando en cuál quedarme 

                                                   -somos solos-.

     

Guardo en mis manos las templadas aguas

por donde he navegado en sucesivos

falsos sueños –así mi tiempo mido-.

Considero las letras que han pasado

fracasos; aunque siempre he preferido

-y lo intento- escribir hacia delante

para ver hacia dónde van mis versos,

dónde me llevan, qué silencios guardan

que aún no veo, 

                              qué de mí me ocultan.

                

Todo el silencio me rodea ahora;

volcarlo ya me cuesta; no es como antes.

Prisas y pasos cada vez más lentos

como en la vida misma, que se acaba.

                   

Pura consumición, la soledad,

con o sin poesía. 

                               -Ahora, elige-.

                

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Déjame en mi silencio

Déjame en mi silencio

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La noche sin embargo

   

Sin embargo, yo siempre me he sentido

seguro al contemplar la noche. Nunca

la he temido (como él, que nada tiene

que temer), como el que es consciente que es

nada y que casi nada tiene salvo

palabras para nadie. Lo que sobra,

si es que algo sobra en mí, con escribirlo

en un papel me basta. Y otro miedo

menos en mí. Mis miedos en papeles

no me asustan. Distinto sí es que sea

la noche la que en mí me escriba dándome

su miedo, que con forma de silencio

va llenando el vacío con mi voz. 

     

Y temes. Es entonces cuando temes,

porque conoces su lamento amargo,

el que va dirigiendo aquí mi mano.

        

Temes porque este llanto escrito duele.

        

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Billete no del Banco al dorso escrito

Billete no del Banco al dorso escrito

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Huellas en el cajón

 

No se puede contar de otra manera,

sobre todo si no hay lenguaje o forma

con las palabras que poderse darse

pueda. Por eso busco en mí metáforas

que me salven del frío de esta espera

tomada mientras busco la belleza.

No es posible contarlo de otra forma

porque no hay nada bello en describir

lo que te ves en ti en tan corto espacio

de tiempo. Cuando digo que son huellas

los poemas que escribo estoy diciendo

exactamente eso: que son huellas

que voy borrando con mi triste viento.

 

Tengo un cajón de huellas lleno, escritas

con letras de poemas, con poemas

y con el miedo justo de saber

del impasible paso de mi tiempo.

                       

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Flash-back (o analepsis, que llaman ahora)

Flash-back (o analepsis, que llaman ahora)

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 La crónica lacónica

  

Y es que ya no se puede ni leer  

 

 ni escribir poesía mientras -lejos 

de terminada la jornada dura

de la asistencia a clases magistrales,

en la Universidad, llena de números

aún quedaba la ardua y solitaria

tarea de ir asimilando en ti

lo aprendido a lo largo

de toda la mañana

y alguna que otra tarde-,

esperas que, a destiempo, llegues

tarde (como antes ocurría) a tu destino;

porque ahora los trenes son puntuales.  

              

Aquellas medias horas, u horas, u horas

y media de retraso, en la ventana

silenciosa del tren, proporcionaban

la elástica y teórica impotencia

(a veces tan bendita, dependiendo

de lo que en esos días Hierro hablase,

cantara Lorca, Luis

llorase desde Méjico,

navegara en su mar de arena Alberti,

o Cirlot u Ory o Grande,

del otro lado oscuro de la pena

-de la irrealidad-, la luz trajesen)

necesaria para entender que el tiempo

que pasa ya ha dejado de existir

en ti, y que sólo quedan

vacíos o pragmáticas palabras

que en verdad no servían para nada

salvo para buscarte. Y encontrarte.

                  

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En mi propio patíbulo

En mi propio patíbulo

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Reo de poesía 


“Unos ojos que no conozco observan.

 Sé que son de mujer. Eso  lo sé.” 

 

Una vez ordenado el cumplimiento

 de la sentencia, resignado e ido,

 lentamente me voy quitando versos

 de encima. Empiezo oyendo –como ausente-

el terrible redoble del tambor

que acompaña al verdugo en su quehacer.

El son me tranquiliza; no le temo;

encuentro amparo en el rumor funesto

al que se abrazan mis palabras breves,

entrecortadas por el llanto agónico

que de ellas brota. No de mí. No siento

ya ni miedos ni duelos. Sólo siento

lástima del poema abandonado

encima del tablero del cadalso

que, con mis manos, he ido construyendo. 

          

Súbitamente todo calla. Ya

no me quedan más versos que quitarme. 

             

Héteme aquí desnudo, despojado

del abrigo que en mí la poesía

ha sido. Ni el silencio me acompaña.

Solo ante la inclemente soledad

me encuentro.

                          Y es entonces cuando empiezo

a buscarme, a cubrirme con mi manto

de tormenta; a temblar; llorar.

                                                    Y escribo.

13-III-1526

                       

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No hay herejía si hay apostasía

No hay herejía si hay apostasía

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Pecado de soberbia

Convirtió en vino el agua; milagroso

dicen. Prueba mis lágrimas; verás

cuán sencillo es crear el más amargo

de los vinos usando, solo, mi agua.

                        

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Con los ojos color madrugada

Con los ojos color madrugada

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En los años que ya no tengo

En los años que ya no tengo encuentro

esperas encendidas en papeles;

versos como camisas que ponerle

a mi tristeza; y madrugadas de humo.

Encuentro en lágrimas llorados versos

como cipreses; labios que han besado

la arena; y unos ojos carmesíes

buscando siempre dentro de una rosa

los veneros que lleven al lugar

donde ni sombra tenga. Poesía

es lo único que encuentro si desando

lo que ha sido vivido en estos años

que ya no tengo. Y madrugadas de humo.

                     

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