Flash-back (o analepsis, que llaman ahora)
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La crónica lacónica
Y es que ya no se puede ni leer
ni escribir poesía mientras -lejos
de terminada la jornada dura
de la asistencia a clases magistrales,
en la Universidad, llena de números
aún quedaba la ardua y solitaria
tarea de ir asimilando en ti
lo aprendido a lo largo
de toda la mañana
y alguna que otra tarde-,
esperas que, a destiempo, llegues
tarde (como antes ocurría) a tu destino;
porque ahora los trenes son puntuales.
Aquellas medias horas, u horas, u horas
y media de retraso, en la ventana
silenciosa del tren, proporcionaban
la elástica y teórica impotencia
(a veces tan bendita, dependiendo
de lo que en esos días Hierro hablase,
cantara Lorca, Luis
llorase desde Méjico,
navegara en su mar de arena Alberti,
o Cirlot u Ory o Grande,
del otro lado oscuro de la pena
-de la irrealidad-, la luz trajesen)
necesaria para entender que el tiempo
que pasa ya ha dejado de existir
en ti, y que sólo quedan
vacíos o pragmáticas palabras
que en verdad no servían para nada
salvo para buscarte. Y encontrarte.
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