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Desde mi infierno

Laureles

Laureles

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El árbol calladísimo del tiempo(*)

(*) verso de César González Ruano

   o de Juan Eduardo Cirlot

   o de Manuel Segalá

   o de Ramón Eugenio de Goicoechea

   o de Julio Garcés


Por eso ya no sueño nunca. Nunca.

Y sí lo siento. Siento haber gastado

mi tiempo -que no el lápiz- junto al muro

de mis lamentaciones inventadas.

No soñadas. No sueño, ya no, nunca.

Lo que soñé lo guardo y lo revivo.

Y es que en mis sueños fui la procesión

de encendidas palabras transparentes

que, a la deriva, nunca encontró asilo,

que rota de un abrazo acantilado

encontró varamiento en arrecifes

sin corales; arena, sólo arena

llena de ortigas de hojas sin envés.

Y en lo alto del cantil del miedo fui

la amapola escondida, luminosa,

que ni pudo atisbar la espiga al viento.

Fui yo mismo podando poco a poco

el árbol calladísimo del tiempo

en el que -verso a verso- no cuajaron

los injertos que aún intento. Y nada.

Yo no veo los frutos cuando sueño.

Veo desolación y ramas secas

en suelos llenos de húmedas palabras,

las mismas que ahora piso, las que lloro.

 

Por eso ya no sueño nunca, nunca,

porque, además, se cumple lo que sueño.

 

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